Por Jorge Fontevecchia
Es el más menemista. El muestra lo que otros kirchneristas disimulan. Es más, le gusta mostrar. Mientras Víctor Hugo Morales se fue de Puerto Madero porque comprendió que no era coherente con la imagen pública que se iba construyendo, Boudou se mudó a otro departamento más grande del mismo barrio. Sólo aprendió a repetir algunas palabras, como esbirros. No tiene la inteligencia para soportar su soberbia sin grandes costos. “Seré el mejor vicepresidente de la historia”, había prometido.
Se confunde. Cree que si Cristina puede usar un Rolex de oro y carteras Louis Vuitton, eso lo habilita a él a esquiar, jugar al golf, andar en Harley-Davidson, tener una novia veinte años menor, vivir en Puerto Madero y seguir siendo nacional y popular. También Cristina compró departamentos en Puerto Madero pero ella es viuda y por ahora no los habita.
Es desprolijo. Pero lo es por soberbio: “Fui sobreseído en 18 causas”, dijo. Se creyó impune. “Soy el vicepresidente electo por mayor cantidad de votos de la historia”. Pensó que tenía el anillo de Giges. El que permitía a su poseedor cualquier injusticia sin castigo. El que Platón usó como ejemplo para sentenciar que si pudiéramos obrar sin consecuencias todos seríamos injustos.
El no hizo nada peor que Ricardo Jaime, o que Claudio Uberti en el Valijagate, o Fulvio Madaro en Skanska. Y ninguno está condenado. Pero no es lo mismo ser secretario de Transporte, titular del Occovi o del Enargas, que ser vicepresidente. No es lo mismo ser la mano derecha de un ministro –todos de De Vido– que compartir la fórmula con la Presidenta. Boudou pensó que era para su bien, pero es para su mal.
También para mal de la Presidenta. Boudou es kirchnerismo sin careta. Lo que todos harían si fueran invisibles, como Giges con su anillo. Ser invisibles para el poder es que no existan periodistas.
También para mal de la Presidenta porque revela otro defecto propio: elige vicepresidentes con parámetros extraños. Cosecha lo que siembra. Ella misma es quien termina cayendo en el agujero de la nada que buscó. Ya no es: “¡Mirá el vicepresidente que me elegiste, Néstor!”. Es un estilo paranoico que da de frente contra lo que huye.
Es todo exceso: ¿Vandenbroele tenía que ser monotributista? ¿Había que llamar Old Fund a ese fondo vacío de trayectoria? El departamento viejo de Boudou, ¿no podría habérselo alquilado a otro? En el departamento nuevo de Boudou, ¿tenía que aparecer como propietario quien prestó la plata para levantar la quiebra de Ciccone? Sólo quien se ceba creyéndose un maestro en crear terceros-pantallas puede caer en tantos excesos de autoconfianza.
Su propio relato en su conferencia sin prensa fue un exceso. Una catarsis. Un ejemplo de asociación libre propio de un hablar fluido e inconexo del inconsciente. Aquello de que cuando pienso, no soy; y cuando no pienso, soy. Cuando se calcula y ordena lo que se dice, se reprime. Cuando el discurso es desordenado, hay más posibilidades de desnudar lo real.
Está muy dicho que al contar sus conversaciones con el presidente de la Bolsa, Adelmo Gabbi, se autoincriminó por no haber denunciado un intento de extorsión o coima. Pero además confesó lo más importante: ser el actor principal de dejar a Boldt sin Ciccone. Un perfecto acting-out. Un clásico sincericidio.
Su problema no es la cárcel. Tráfico de influencias no es fácil de probar y sus penas son menores que las de soborno. Nunca alguien de un gobierno nacional ha sido condenado por tráfico de influencias. Y es cierto que el propio Vandenbroele ya había declarado en el juzgado que pagaba por cuenta de su amigo e inquilino de Boudou los gastos del departamento de la polémica. Pero su problema es la opinión pública. El juez, al ordenar el allanamiento, resignificó ese mismo dato existente. El gesto del juez fue leído como una simbólica acusación que volvió a darle otro valor a todo lo demás que ya también se sabía.
Es probable que haya pesado en el ánimo del juez el verse en la tapa de PERFIL del domingo pasado diciendo que aún “no había pruebas”. Y algo, entonces, había que hacer. Pero el problema de Boudou no es Rafecas en Comodoro Py. Es Rafecas en los diarios y en los canales de noticias. Por eso su resentimiento mediático.
Podría Boudou terminar demostrando que actuó “conforme a derecho”. Sin que haya pruebas que demuestren que hubiera procedido ilegalmente. Pero igualmente Boudou ya perdió. La opinión pública no precisa que esté documentada la conexión directa entre él y Vandenbroele para tener la convicción de que están conectados. No hace falta ser Freud o Jung para no creer en las casualidades. Y menos en tantas casualidades.
La condena pública a Boudou ya le llegó. El mejor testigo en su contra fue él mismo. Su conferencia fue una confesión. Hay quienes ya le atribuyen intenciones de amenaza al propio Gobierno. “Si caigo yo, los arrastro a todos.” ¿Quién lo habrá asesorado?
Como Narciso, se ahogó en el agua de su espejo.
Fuente: Por qué Boudou, por Jorge Fontevecchia - Perfil.com - 06/04/12
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