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Una visión del pasado, del presente y del futuro recopilada entre los periodistas, cientificos, e intelectuales argentinos : La brújula política está dedicada al estudio y a la reflexión crítica sobre la realidad.

11/4/12

Clientelismo en Argentina...

Vivir en la cultura del clientelismo
Por Iván Ponce Martínez
El autor es abogado y licenciado en Ciencia Política


El clientelismo, práctica ya conocida desde los antiguos romanos, tuvo a lo largo del siglo XX desarrollo en la Argentina bajo distintos regímenes políticos. Alberto Barceló, tradicional dirigente conservador de la provincia de Buenos Aires, recibía en su casa, ubicada en la plaza principal de Avellaneda, a quienes le solicitaban favores. Hipólito Yrigoyen, en cambio, utilizaba la Casa Rosada para esos fines; la espera para ser recibido por el caudillo radical se conoció como "la amansadora". El peronismo lo institucionalizó a través de la fundación Eva Perón, ente privado que gozaba de presupuesto estatal y de aportes obligatorios de empleadores y trabajadores, pero sin la necesidad de someterse a los mecanismos de control propios de los organismos públicos.

Cuando se habla de clientelismo, la imagen que se suele tener es la de políticos con pocos escrúpulos manejando planes sociales, terrenos fiscales, sumas pequeñas de dinero -"el chori y la coca", como se dice- a cambio de votos o concurrencia a actos. Los clientes ahí son los más pobres, que dependen de los "punteros" para obtener cosas elementales. Pero hay otras formas, de las que se habla menos, que abarca a las clases medias y a sectores VIP.

La primera está vinculada a profesionales que, frente a un mercado cada vez más difícil, ven en el Estado la salida laboral por excelencia. Ante un sistema de designación donde la selección por mérito no es la regla, la adhesión político-partidaria es la llave. Agrupaciones como La Cámpora - cuyos miembros fueron calificados por Hugo Moyano como más preocupados por el salario que por la militancia- son vistas como una oportunidad de desarrollo por jóvenes profesionales. Uno no puede saber en cada caso la razón del apoyo al oficialismo de turno, si las convicciones y creencias llevaron a considerarlo como la mejor alternativa y el puesto rentado es una natural consecuencia, o si es a la inversa; lo que sí es claro es que la tendencia siempre va hacia quien tiene el manejo de la caja.

Sería un error centrarse en temas morales y condenar al cambio de convicciones por trabajo: el que estudió una carrera pretende vivir de lo que sabe y en un país donde el Estado crece como empleador y no todos pueden o tienen la capacidad o vocación para desarrollarse en la actividad privada, la búsqueda del puesto público es a veces la única alternativa. El problema es sistémico y varios factores coadyuvan; superpoblación de profesionales en ciertas áreas, formación en muchos casos insuficiente y el gobierno como dador de empleo de baja productividad.

Hay otro tipo de clientelismo que maneja cifras muy superiores y que cumple un rol importante en la influencia sobre la opinión pública. Artistas de todo tipo que reciben contratos del Estado -y no sólo del nacional, sino también de las provincias y municipios- para animar los cada vez más frecuentes espectáculos gratuitos (sin costo para el concurrente, pero no para el contribuyente) por montos que difícilmente pudiesen obtener sin el apoyo de los fondos oficiales. Escritores que tienen espacios en televisión a cambio de interesantes honorarios. Actores que trabajan en programas de escasa audiencia, pero paga asegurada. Directores de cine que reciben subsidios que nunca se recuperan por falta de interés del público en sus películas. Medios de comunicación que aumentan la publicidad oficial en forma proporcional al número de loas. Todos, en algún momento u otro, demuestran su lealtad a quienes los contrataron, incluso aquellos que nunca habían manifestado interés en la política. Al igual que en los otros casos, no se sabe si la convicción precedió a la conveniencia.

Así las cosas, puede ser injusto criticar al que vende su concurrencia a un acto a cambio de un plan o de cien pesos, cuando profesionales de clase media o empresarios y artistas lo hacen, pero por montos superiores, con necesidades menos acuciantes y poniendo su capacidad al servicio de ideas en las que no creen. Poner fin a estas prácticas requiere terminar con el uso discrecional de los fondos públicos, reglas claras para determinar quién recibe un terreno, unas chapas, un plan, un nombramiento, un contrato, una pauta publicitaria o cualquier otro beneficio.

Un país que no fomenta el desarrollo de la actividad privada ni incentiva a los emprendedores y cuyo Estado se transforma para muchos en la única opción laboral prepara el terreno para relaciones clientelares, que degradan el tejido social. Así, el ciudadano no recibe derechos universales, sino favores particulares, los que debe, de alguna u otra manera, pagar. No olvidemos que la decadencia de Roma comenzó cuando su pueblo dejó de producir para sobrevivir como cliente de los ricos, que cimentaban sus fortunas en el trabajo de los esclavos

Fuente: Vivir en la cultura del clientelismo, Por Iván Ponce Martínez - La Nación - 10/04/12

7/4/12

Boudou...


Por qué Boudou
Por Jorge Fontevecchia

Es el más menemista. El muestra lo que otros kirchneristas disimulan. Es más, le gusta mostrar. Mientras Víctor Hugo Morales se fue de Puerto Madero porque comprendió que no era coherente con la imagen pública que se iba construyendo, Boudou se mudó a otro departamento más grande del mismo barrio. Sólo aprendió a repetir algunas palabras, como esbirros. No tiene la inteligencia para soportar su soberbia sin grandes costos. “Seré el mejor vicepresidente de la historia”, había prometido.

Se confunde. Cree que si Cristina puede usar un Rolex de oro y carteras Louis Vuitton, eso lo habilita a él a esquiar, jugar al golf, andar en Harley-Davidson, tener una novia veinte años menor, vivir en Puerto Madero y seguir siendo nacional y popular. También Cristina compró departamentos en Puerto Madero pero ella es viuda y por ahora no los habita.

Es desprolijo. Pero lo es por soberbio: “Fui sobreseído en 18 causas”, dijo. Se creyó impune. “Soy el vicepresidente electo por mayor cantidad de votos de la historia”. Pensó que tenía el anillo de Giges. El que permitía a su poseedor cualquier injusticia sin castigo. El que Platón usó como ejemplo para sentenciar que si pudiéramos obrar sin consecuencias todos seríamos injustos.

El no hizo nada peor que Ricardo Jaime, o que Claudio Uberti en el Valijagate, o Fulvio Madaro en Skanska. Y ninguno está condenado. Pero no es lo mismo ser secretario de Transporte, titular del Occovi o del Enargas, que ser vicepresidente. No es lo mismo ser la mano derecha de un ministro –todos de De Vido– que compartir la fórmula con la Presidenta. Boudou pensó que era para su bien, pero es para su mal.

También para mal de la Presidenta. Boudou es kirchnerismo sin careta. Lo que todos harían si fueran invisibles, como Giges con su anillo. Ser invisibles para el poder es que no existan periodistas.

También para mal de la Presidenta porque revela otro defecto propio: elige vicepresidentes con parámetros extraños. Cosecha lo que siembra. Ella misma es quien termina cayendo en el agujero de la nada que buscó. Ya no es: “¡Mirá el vicepresidente que me elegiste, Néstor!”. Es un estilo paranoico que da de frente contra lo que huye.

Es todo exceso: ¿Vandenbroele tenía que ser monotributista? ¿Había que llamar Old Fund a ese fondo vacío de trayectoria? El departamento viejo de Boudou, ¿no podría habérselo alquilado a otro? En el departamento nuevo de Boudou, ¿tenía que aparecer como propietario quien prestó la plata para levantar la quiebra de Ciccone? Sólo quien se ceba creyéndose un maestro en crear terceros-pantallas puede caer en tantos excesos de autoconfianza.

Su propio relato en su conferencia sin prensa fue un exceso. Una catarsis. Un ejemplo de asociación libre propio de un hablar fluido e inconexo del inconsciente. Aquello de que cuando pienso, no soy; y cuando no pienso, soy. Cuando se calcula y ordena lo que se dice, se reprime. Cuando el discurso es desordenado, hay más posibilidades de desnudar lo real.

Está muy dicho que al contar sus conversaciones con el presidente de la Bolsa, Adelmo Gabbi, se autoincriminó por no haber denunciado un intento de extorsión o coima. Pero además confesó lo más importante: ser el actor principal de dejar a Boldt sin Ciccone. Un perfecto acting-out. Un clásico sincericidio.

Su problema no es la cárcel. Tráfico de influencias no es fácil de probar y sus penas son menores que las de soborno. Nunca alguien de un gobierno nacional ha sido condenado por tráfico de influencias. Y es cierto que el propio Vandenbroele ya había declarado en el juzgado que pagaba por cuenta de su amigo e inquilino de Boudou los gastos del departamento de la polémica. Pero su problema es la opinión pública. El juez, al ordenar el allanamiento, resignificó ese mismo dato existente. El gesto del juez fue leído como una simbólica acusación que volvió a darle otro valor a todo lo demás que ya también se sabía.

Es probable que haya pesado en el ánimo del juez el verse en la tapa de PERFIL del domingo pasado diciendo que aún “no había pruebas”. Y algo, entonces, había que hacer. Pero el problema de Boudou no es Rafecas en Comodoro Py. Es Rafecas en los diarios y en los canales de noticias. Por eso su resentimiento mediático.

Podría Boudou terminar demostrando que actuó “conforme a derecho”. Sin que haya pruebas que demuestren que hubiera procedido ilegalmente. Pero igualmente Boudou ya perdió. La opinión pública no precisa que esté documentada la conexión directa entre él y Vandenbroele para tener la convicción de que están conectados. No hace falta ser Freud o Jung para no creer en las casualidades. Y menos en tantas casualidades.

La condena pública a Boudou ya le llegó. El mejor testigo en su contra fue él mismo. Su conferencia fue una confesión. Hay quienes ya le atribuyen intenciones de amenaza al propio Gobierno. “Si caigo yo, los arrastro a todos.” ¿Quién lo habrá asesorado?

Como Narciso, se ahogó en el agua de su espejo.

Fuente: Por qué Boudou, por Jorge Fontevecchia - Perfil.com - 06/04/12

Mes a Mes, una visión tanto política como cultural

~ Nuestra Agenda ~

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Actividades tanto Políticas como Culturales, organizadas y/o propuestas por Jóvenes por la Iguadad Córdoba.

El Video Político Argentino: "Nuestra Constitución Nacional"

Preambulo de la Constitución Argentina: con voz de Jorge Lanata, del programa televisivo "Día D" (Canal América), 2001.

¿Cuando demandamos como sociedad, que la clase politica la respete?..Deberiamos aprender que ningun hombre tiene que estar por encima de ella, esa es la base de la igualdad de todos ante la ley...Pensar que deciamos en el 2001, "que se vayan todos", y aparecio más de lo mismo, Néstor Kirchner (se sabia en Santa Cruz ya quien era, como se manejaba), y luego su mujer, Cristina Fernandez de Kirchner, y con ellos, volvieron muchos más, la impunidad, la corrupción...¿Cuando aprenderemos a elegir a "nuestros representantes"?, ¿Cuando aprenderemos a votar algo distinto?...Hagamonos cargo de nuestro errores y de nosotros depende defenderla hoy, hacerla cumplir.

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