// Bienvenidos al Multiespacio << Jóvenes por la Igualdad >> de Jxi Córdoba, en el CC-Ari // Sean bienvenidos a la "Cultura en Acción"...//

Una visión del pasado, del presente y del futuro recopilada entre los periodistas, cientificos, e intelectuales argentinos : La brújula política está dedicada al estudio y a la reflexión crítica sobre la realidad.

2/4/10

¿Qué es el Estado?, ¿el Poder con sus contradicciones?...

LOS CIUDADANOS desaparecen, pero los edificios quedarán.


Viejas y nuevas (re) formas

"Consagra la igualdad y reproduce desigualdades, es poder establecido y en movimiento", dice el autor de la maquinaria de esencia contradictoria.


Todos contamos con "el Estado", esa entidad/espacio/referencia omnipresente, aún en su ausencia o ubicuidad, a la hora de definir nuestro lugar en el mundo, sea como individuos, ciudadanos, pueblo o nación. Veámoslo como un mínimo común denominador de las sociedades en toda su diversidad y complejidad. También, como un factor multiplicador de aspiraciones, proyectos y potencialidades; una resultante de sus combinatorias e interacciones. Allí tenemos prefigurado un piso y un horizonte de lo que un Estado fue y sigue siendo, desde los tiempos de Hobbes, Hegel, Marx, Max Weber y Antonio Gramsci hasta la actualidad.

En su núcleo duro está el poder. Esto es, la capacidad para producir –o no– esa sinergia tan prodigiosa como imposible de lograr en forma acabada. Y aquí su primera contradicción: el concepto instalado por Maquiavelo (Lo stato) remite a una entidad establecida, detenida. Pero su realidad es la de un constante movimiento. Es el ancla de los derechos de la ciudadanía y el motor de sus necesidades y demandas. Consagra la igualdad y reproduce desigualdades; poder establecido y en movimiento, instituido e instituyente, que se cristaliza en instituciones y marcos jurídicos y a la vez, se manifiesta en las fuerzas sociales que acatan o cuestionan tales referencias.


Por eso Guillermo O' Donnell acierta cuando introduce su gran ruptura con las definiciones jurídico-normativas: el Estado no es sólo su aparato burocrático y sus instituciones, sino también y sobre todo, un conjunto dinámico de relaciones sociales. Inclusive aquellos fenómenos que prosperan en los márgenes y minan su legitimidad, lo necesitan para autojustificarse: el narcotráfico no sería redituable si no fuera ilegal, la corrupción es posible porque existe el dinero público.

Y un factor más: hay muchas formas en las que el Estado puede perder el control del territorio, también cuando la tierra y la naturaleza se sublevan y escapan a toda pretensión de dominio humano: preguntémonos dónde estuvo el Estado en Chile en las horas aciagas del terremoto.

Segunda contradicción, irreductible e irresoluble: todos, la izquierda y la derecha, los sectores progresistas como los conservadores, liberales, socialistas o populistas, reclaman que el Estado "cumpla cabalmente" con funciones sobre las cuales –se sabe a esta altura de los tiempos posmodernos y el cambio climático–, por sí sólo y en tanto tal, difícilmente podrá responder satisfactoriamente en plenitud. La apelación al Estado viene aquí de la mano con su caracterización defectuosa: ciudadanías de baja intensidad, Estados débiles, desertores o fallidos. La demanda de que el Estado recupere atribuciones o facultades que perdió en algún momento de la historia, que debemos "reconstruir el Estado" para que éste pueda cumplir con las metas de seguridad pública, defensa externa, desarrollo humano, el crecimiento económico y la equidad social, en tanto remite a ese pasado mítico, contiene las semillas de su propia frustración.

Tercera contradicción. Porque estamos hablando, además, de un Estado democrático, encargamos a un grupo de personas para que ejerzan el mandato de llevarnos a buen puerto, administren y gestionen la cosa pública. Pero, como se trata también de un Estado republicano, esperamos que no se confunda Estado con gobierno, y las personas con los roles que ellas cumplen transitoriamente. Encarnamos la conducción del Estado en un/a Presidente, y le fijamos límites y controles que, en caso "de necesidad y urgencia", serán (in)debidamente soslayados en aras de la gobernabilidad.

¿Cómo detener al poder y, al mismo tiempo, evitar la impotencia o ingobernabilidad?

Hannah Arendt encuentra la llave maestra para resolver este dilema en la interpretación que hacen Jefferson y Madison de la máxima de Montesquieu, "sólo el poder contrarresta al poder": "la única forma de detener al poder y mantenerlo, a la vez, intacto es mediante el poder; de tal forma que el principio de la separación de poderes no sólo proporciona una garantía contra la concentración del poder por una parte del gobierno, sino que realmente implanta en el seno del gobierno, una especie de mecanismo que genera constantemente nuevo poder, sin que, no obstante, sea capaz de expandirse y crecer desmesuradamente en detrimento de los restantes centros o fuentes de poder" (Sobre la revolución, cap.4). En suma, la división de poderes –Ejecutivo, Legislativo y Judicial– no sería, en tal caso, un juego de suma cero en el que uno gana lo que el otro pierde, sino un juego incremental que resolvería esa cinchada recurrente entre Ejecutivos decisionistas, Parlamentos obstruccionistas y Magistraturas politizadas.

Fuente: Viejas y nuevas (re) formas, Por Fabián Bosoer - Revista Ñ - 13/03/10
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En busca del Estado Ideal: ¿que es lo Público...?

PODER FISCAL. Entre lo público y lo privado, una institución con serias falencias.

La metamorfosis del Estado
Profundas mutaciones del espacio público
Por: Leonor Arfuch

No es ocioso –cree la ensayista Leonor Arfuch– preguntarse qué significa lo público. "¿Son las calles, parques, edificios públicos? ¿El accionar del Estado, la "cosa pública"? ¿El espacio del ágora, de la protesta, de la opinión? ¿El espacio mediático? ¿El del consumo?"


En el convulsionado mundo contemporáneo el espacio de lo público ha sufrido una profunda mutación. Por un lado, el despliegue sin pausa de las tecnologías de la comunicación, de la televisión satelital a la Internet, la telefonía celular, y un largo etcétera, ha ampliado el horizonte de la visibilidad del acontecer a límites insospechados. Por el otro, ha dado impulso a la tendencia, ya vislumbrada décadas atrás, de intrusión de lo privado –y lo íntimo– en lo público, difuminando aún más los umbrales, nunca nítidos, entre esos dos espacios clásicos de la modernidad.

Sin embargo, cuando en la era de la imagen un ojo orbital parece ser capaz de seguirnos a cualquier rincón del planeta, hay vastas regiones de lo público, en lo que hace a lo social y lo político, que quedan en la sombra, cobijadas por el secreto o el enigma, resistentes a lo que Jacques Derrida proponía llamar el "derecho de mirada", que nos permitiría exigir, en tanto ciudadanos, ver "detrás de la cámara" lo que no muestran/dicen las pantallas.

Así, no es ocioso preguntarse qué entendemos hoy por el espacio público: ¿las calles, parques, edificios públicos? ¿El accionar del Estado, la "cosa pública"? ¿El espacio del ágora, de la protesta, de la opinión? ¿El espacio mediático? ¿El del consumo? ¿El de las redes sociales de Internet, con su ilusión de participación en defensa de alguna "buena causa"...?

Acordemos o no con esta enumeración, lo que parece evidente es que ya no podemos anclarnos en el singular: hay varios espacios públicos, cada uno con sus usos, modalidades y regulaciones..., claro que algunos son más públicos que otros.

En esa gradación de lo "más público" campea sin duda el espacio mediático, que conjuga diestramente todos los registros: lo social, lo político, lo privado, lo íntimo. Una conjunción heterogénea de géneros y estilos donde se construye el espacio de lo público en su más amplia acepción. Un espacio eminentemente político, esta vez, en todas sus acepciones.

Llegamos aquí al meollo del asunto, al corazón de lo público, si pudiera decirse: la política en tanto administración –según autores– y lo político como pugna entre adversarios, articulación de demandas, lucha por la hegemonía. Sabemos que a ambos registros, aunque sucedan en ese incierto lugar del mundo que llamamos "realidad", sólo accedemos a través de los medios, que aúnan forma y sentido.

En esa obligada relación entre medios y política también se han producido mutaciones. Por un lado, el creciente involucramiento de los medios en la política, por el otro, el corrimiento de la escena política a la calle, la plaza, la ruta, el campo, el puente, la explanada... cronotopos móviles, cambiantes –¿una modalidad road movie de la política?– que devienen sitios emblemáticos de la protesta, donde diversas voces, encarnando idealmente la pluralidad democrática, se hacen oír. Instancias convocadas a menudo expresamente para la televisión, donde la cámara se perfecciona en la captura de los gestos y de los afectos, componente esencial de la política.

Sin embargo, la relación entre política y afecto no se agota en esos "efectos de pantalla".

Se juega también en las creencias, las sensibilidades, las tradiciones, las conversaciones, las verdades acendradas del sentido común. Un devenir fluctuante, que lleva, aún insensiblemente, de la política a la relación con el Estado, o más bien, con el imaginario del Estado, tal como aparece en las distintas voces del discurso social. Un Estado cuya presencia lejana y abstracta se plasma sin embargo en la materialidad cotidiana: lo que funciona, lo que no funciona, lo que afecta virtualmente nuestra vida pública y privada. Ese imaginario es extraordinariamente cambiante según las épocas, las coyunturas, las orientaciones del mercado, de la política y de la opinión.

Su noción misma puede estar ligada tanto al buen vivir –por ejemplo, el "Estado de Bienestar" cuyo ocaso se decretó en las últimas décadas– como al agravio rotundo a la vida y a la condición humana –el Terrorismo de Estado, del cual hemos tenido una trágica experiencia.

Lo cualitativo puede incluso traducirse en lo cuantitativo: "menos Estado" o "más Estado", una expresión que se hizo corriente con las privatizaciones de los 90 y su más allá, aunque resulte difícil dirimir los términos –paradójicos– de esa ecuación: sólo una fuerte injerencia del Estado pudo hacer posible su "reducción". ¿Qué imaginarios del Estado se delinean hoy entre nosotros, transcurrida casi una década del nuevo siglo que comenzó con la consigna antipolítica del "Que se vayan todos"?

¿Qué cambios en la subjetividad?

Un primer acercamiento a las expresiones más corrientes del discurso social mostraría un escenario de neta confrontación: por un lado, un reclamo sostenido por la ausencia –o ineficiencia– del Estado en cuestiones tales como la (in)seguridad, la pobreza, la desocupación, la salud pública, la educación, la vivienda, el resguardo de los bienes, la seguridad jurídica, el desarrollo productivo, la expansión del comercio, la suba de los precios, el contralor de los espacios públicos, los efectos del cambio climático y hasta el sentimiento de bienestar de los ciudadanos, la felicidad de los niños o el precario futuro de los jóvenes atacados por la "inacción".

Por el otro, el rechazo de su excesiva "presencia": la voracidad fiscal del Estado que se inmiscuye en los negocios privados, su carácter rapaz, que lo lleva a "meter la mano en el bolsillo" de diversas maneras, su pretensión reguladora de las lógicas del libre mercado y de la competencia, el uso abusivo de sus potestades, su desmesura en el gasto público...

Curiosamente, esta confrontación, que pone en escena la típica identificación entre Estado y gobierno –tal vez un genuino rasgo autóctono– no se da entre dos "bandos" diferenciados sino a menudo en una misma posición: al tiempo que se reclama por la ausencia se reniega también de la "presencia".

Una tensión irresoluble donde convive la figura de un "Otro" protector, responsable de todo lo que ocurre, a escala doméstica o global –y entonces siempre en falta– y un Otro demandante (de recursos) a quien se cuestiona permanentemente su intervención. Así, mientras se le pide al Estado que garantice el bienestar de todos (en cualquiera de sus formas), se omite el costo que tiene el brindar nuevos y mayores servicios. Lo cual trae al ruedo la cuestión de las prioridades, que obviamente no son las mismas para todos.

¿Cuál sería entonces el Estado ideal, que sepa conciliar tantos deseos utópicos?

Entre las múltiples respuestas posibles elegimos algunas: un Estado que se oriente siempre a garantizar la equidad (contributiva y distributiva) en la asignación de obligaciones y beneficios; que considere la pobreza no como un "escándalo moral" sino como un problema económico y político prioritario; que tenga un grado de legitimidad y reconocimiento social mucho mayor, más allá de las decisiones coyunturales; que tenga una fuerte representatividad y participación de los distintos sectores sociales en la toma de decisiones; que sea capaz de garantizar la continuidad de procesos y de experiencias transformadoras para la comunidad sin empezar cada vez de cero; que respete las libertades individuales; que se acerque un poco más al Estado de Bienestar; que enfrente la corrupción; que no combata la inseguridad con represión y autoritarismo sino atendiendo a sus causas; que no aliente el miedo, el odio o la delación como relación social; que no sea un fin en sí mismo sino uno de los medios para poder imaginar horizontes comunes y al mismo tiempo capaz de potenciar singularidades.

Ahora, ¿qué sociedad podrá estar a la altura de tales desafíos? Porque no hay un "Estado ideal" sin una sociedad que lo haga posible. Imaginemos una donde pueda alojarse el desacuerdo en la política, que acepte el conflicto como constitutivo de la democracia –sin demonizarlo– y donde una ética del discurso presida las instancias de la comunicación.

Al Margen: El signo de la escuela pública
Por Ines Dussel

¿Cuál es el signo con el que recordaremos a la escuela pública de esta última década? ¿Será que habrá espacio para ver avances, o todo quedará acotado por la impresión de deterioro que se expande como diagnóstico implacable sobre la educación y la sociedad argentinas? 2010 llega en el marco de "ánimos crispados". La década que termina abrió con una crisis de grandes proporciones. El 2001 es todavía una herida abierta entre nosotros, lo que se evidencia en las conductas políticas y también en los climas sociales. En las escuelas públicas, la sensación de desamparo y caída abrupta de esa crisis hizo que creciera su función social de contención y refugio a expensas de sus tareas más propiamente instruccionales. La matrícula escolar creció consistentemente, sobre todo en el nivel inicial y en el tramo inicial de la escuela secundaria, impulsada por una renovada apuesta social por la educación como medio de salir del pozo.

La clase media urbana siguió migrando a la escuela privada, y el sector público se concentra en los sectores más pobres, rurales y con trayectorias escolares más difíciles y desafiantes. Las nuevas tecnologías imponen otras condiciones de trabajo en las aulas y prometen trastocar las relaciones de poder y los criterios de verdad en pocos años. En otras palabras, hay ampliación, cambio de funciones, crecimiento desigual, y no se revierte una tendencia a la fragmentación social que, por otra parte, está ocurriendo en muchos otros ámbitos de la sociedad (salud, vivienda, políticas de seguridad ciudadana).

Es interesante detenerse a pensar en los efectos que produjo esta ampliación de la oferta y de la obligatoriedad en las escuelas públicas. Por el lado de quienes se incorporan a la escuela por primera vez en generaciones, implica un salto importante en su horizonte social, aunque todavía hay que darle contenido más sustantivo a esa promesa de acceso al saber que hace –y cumple débilmente– la escuela.

Por el lado de los docentes, estas demandas son recibidas con respuestas polarizadas. Un grupo importante vuelve a afirmar un sentido de compromiso militante y de orgullo del oficio que hacía décadas no se veía, muy apoyado en discursos sindicales y en una perspectiva casi heroica de la profesión. Pero también se afirma en otros docentes la frustración y el resentimiento, que se expresan en la nostalgia de la vieja escuela argentina y en una supuesta superioridad moral para condenar y expulsar a los recién llegados. Habrá que elaborar políticas educativas de largo alcance y de ambiciones generosas para que volvamos a tejer algo de lo que viene fracturándose, y para que la escuela cumpla esa función de abrir nuevas puertas al saber y a un futuro mejor en la que seguimos confiando

Fuente: Profundas mutaciones del espacio público, Por Leonor Arfuch - Revista Ñ - 13/03/10
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Mes a Mes, una visión tanto política como cultural

~ Nuestra Agenda ~

~ Nuestra Agenda ~
Actividades tanto Políticas como Culturales, organizadas y/o propuestas por Jóvenes por la Iguadad Córdoba.

El Video Político Argentino: "Nuestra Constitución Nacional"

Preambulo de la Constitución Argentina: con voz de Jorge Lanata, del programa televisivo "Día D" (Canal América), 2001.

¿Cuando demandamos como sociedad, que la clase politica la respete?..Deberiamos aprender que ningun hombre tiene que estar por encima de ella, esa es la base de la igualdad de todos ante la ley...Pensar que deciamos en el 2001, "que se vayan todos", y aparecio más de lo mismo, Néstor Kirchner (se sabia en Santa Cruz ya quien era, como se manejaba), y luego su mujer, Cristina Fernandez de Kirchner, y con ellos, volvieron muchos más, la impunidad, la corrupción...¿Cuando aprenderemos a elegir a "nuestros representantes"?, ¿Cuando aprenderemos a votar algo distinto?...Hagamonos cargo de nuestro errores y de nosotros depende defenderla hoy, hacerla cumplir.

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