Obligada a explorar otros caminos
Joaquín Morales Solá
El kirchnerismo resucitó con una muerte , se oyó decir cerca de la Presidenta. ¿Qué es el kirchnerismo? ¿Qué era? Era, fundamentalmente, una corriente política que respondía a la dirección de un líder duro e implacable. Sin embargo, Néstor Kirchner nunca definió el contenido de ese modelo, que lo constituía, sobre todo, un proyecto personal de poder.
Kirchner capturó las estructuras provinciales del peronismo y a sus líderes, mediante la generosidad financiera o el castigo implacable hacia los gobernadores, con la sola excepción de la provincia de Buenos Aires. Conocía demasiado bien la historia de Menem, que dependió siempre del liderazgo bonaerense de Duhalde, y decidió cambiar el método. Cooptó intendente por intendente en el rebelde y áspero conurbano, pero ni siquiera les explicó a ellos qué es lo que quería hacer con ese poder. Tampoco se lo preguntaron. Eran los gobernadores e intendentes los que arrastraban voluntades: ¿cuánto de kirchnerismo había entre esos seguidores?
Su política de derechos humanos, sus hábiles eslóganes y las batallas contra el campo y los medios que no le eran adeptos le sirvieron, sin embargo, para construir una militancia joven, pasional, como siempre, y convencida de que la revolución está a la vuelta de la esquina.
A pesar de todo, Néstor Kirchner era, en el frente y en el fondo, un peronista que sólo aspiraba a cambiar algunas políticas, no todas, instauradas por Menem en los años 90. Le interesaba más la creación de una imagen que la esencia de ella. Mírenme, no me escuchen , les decía a los periodistas que intentábamos interpretarlo. El peronismo lo reconocía suyo, como lo hizo suyo a Menem en su momento.
El kirchnerismo es, entonces, una invención de su creador, y su capacidad de supervivencia está a prueba. Hay algunas señales, malas, de ciertas innovaciones que hizo el kirchnerismo. Una de ellas (quizás la que más se notó en los días de dolor y luto) fue el paréntesis de los últimos años en la enseñanza democrática que todos los gobiernos desde 1983, con sus más y sus menos, habían hecho. Esa lección consistía en que la democracia es un sistema político de luchas, de negociaciones y de acuerdos que sólo excluye a la violencia. Kirchner nunca predicó ese evangelio; ni siquiera repudió la violencia.
La consecuencia fue predecible. Hubo en las horas de velatorio algunas ráfagas de intolerancia verbal, que se acercó peligrosamente a la agresión física, por fortuna sólo en algunos casos puntuales. Los políticos opositores fueron hostigados y algunos periodistas críticos, sobre todo Alfredo Leuco y Fernando Bravo, estuvieron a punto de ser víctimas de la agresión. Había hostilidad hacia nosotros , dijo un alto dirigente radical que llegó a estar a dos metros de la Presidenta en la capilla ardiente. La Presidenta no aceptó saludarlo.
Los opositores destacaron la afectuosa predisposición para recibirlos que tuvieron los peronistas José Pampuro, Miguel Pichetto y Agustín Rossi (los peronistas-peronistas , según los definieron). Pero la cordialidad de ellos se cortaba en seco cuando se acercaban al círculo del cristinismo puro y el comando de la ceremonia era tomado por los más cercanos a la Presidenta. Ese relato puede ser útil para describir a una jefa del Estado más segura que nunca de su potestad para decidir por sí sola la dirección del país y para reponerse sin ayuda de nadie de la muerte repentina de su esposo.
Héctor Timernan tiene un problema insoluble: no sabe distinguir cuándo un momento es oportuno y cuándo no lo es. Haber anunciado la candidatura presidencial de Cristina Kirchner, con cierta sonrisa, mientras velaban aún a Néstor Kirchner, fue un acto insensatamente prematuro y de dudoso buen gusto. ¿En nombre de quién lo hizo? No de la Presidenta, que todavía estaba estragada por el dolor. Tampoco del peronismo, que el canciller nunca frecuentó. ¿Para qué, entonces, si no representaba a nadie?
El peronismo se había fracturado entre el kirchnerismo (que tenía un líder claro e indudable) y el antikirchnerismo, carente de líder y conducido por un consorcio. En la intimidad, el peronismo venía debatiendo si esa fractura no lo condenaría a la derrota electoral frente a un radicalismo con dos líderes con buena imagen. La desaparición abrupta del líder del kirchnerismo está llevando ese debate a una conclusión. Un jefe ya no está: ¿por qué no averiguar la posibilidad de una reunificación del peronismo y buscar un candidato consensual ? Los nombres de Carlos Reutemann y de Daniel Scioli son los que más se escucharon en las últimas horas entre peronistas que se mojan en las aguas de aquí y de allá.
¿Y Cristina Kirchner? La Presidenta tiene dos perspectivas seguras: los barones del peronismo no la dejarán sola frente a la responsabilidad del gobierno (¿por qué lo harían?) y ningún presidente tiene negada de antemano la posibilidad de una reelección. Pero tendrá que ponerse a trabajar en ella. El problema de la Presidenta es que, al revés de su marido, es una peronista sólo emocional, pero distante de la estructura del peronismo. No la conoce, no le gusta y, encima, la aburre. El peronismo, por su parte, nunca la consideró una dirigente cercana.
Acostumbrada a explayar sus grandes ideas sin que nadie la interrumpa, le será difícil aprender el ejercicio del toma y daca al que obliga la práctica concreta de la política. Eso lo hacía su esposo. El suyo fue el primer gobierno que le encargó la mecánica política a una persona que estaba formalmente fuera del gobierno. La Presidenta deberá explorar ahora otras formas. Ya comprobó, en vida de su marido, que el poder no se delega; el liderazgo, tampoco.
Néstor Kirchner jamás hubiera destratado, por ejemplo, a Hugo Moyano como ella lo hizo junto al féretro de su marido. Cierta razón tenía Cristina Kirchner. En la última noche de su vida, el martes último, Néstor Kirchner debió aguantar en El Calafate una dura conversación con el líder camionero. No se sabe si la causa fue porque casi ningún kirchnerista concurrió a una reunión del peronismo bonaerense convocada por Moyano o si éste se quejó porque Kirchner no frenaba la mano del juez Claudio Bonadío, que ya lo tiene entre las cuerdas. La cercanía de los jueces preocupa a Moyano más que los desertores del peronismo.
Kirchner murió, cuentan, con la obsesión del crimen de Mariano Ferreyra. ¿Quién apretó en verdad ese gatillo?, se preguntaba sin tregua. Caviló sin descanso sobre eso durante sus últimos días en El Calafate. Imaginó que lo podía inculpar a Duhalde, pero no era Duhalde. Las fotos de sus ministros con un barrabrava acusado del homicidio lo tumbaron. ¿A quién respondía José Pedraza cuando ordenó que fuera armada una fuerza de choque? ¿Estaba detrás de él la corporación sindical? ¿Hubo una conspiración? Era posible. Pero, ¿de dónde venía? Murió sin que lo asistiera una sola respuesta.
Lo que no sabía es que Amado Boudou se quedaría sin ministro. Kirchner fue el ministro de Economía desde que se fue Roberto Lavagna, el último jefe real del Palacio de Hacienda. Los demás ministros, incluido sobre todo Boudou, eran meros secretarios de Estado; sólo aprendieron a gastar. Kirchner era el que sabía con qué plata se contaba y dónde estaba.
Hay muchas señales de alerta en la economía argentina, pero la mayoría pertenece todavía al debate académico. Hay un solo trauma que está en la certeza colectiva: la inflación, cuya riesgosa presencia es aceptada por los economistas, las amas de casa y los verduleros. No hay equipo ahora para desafiar ese peligro.
La Presidenta podría creer que la economía y la política se resuelven sólo con la promesa de un proyecto entrañable, heroico y aéreo. Sería el triunfo de la voluntad sobre la ciencia, de la inspiración sobre la inteligencia.
Fuente: El análisis - Obligada a explorar otros caminos, por Joaquín Morales Solá - La Nación - 31/10/10
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