El doble cuerpo de Julio Cobos
por Beatriz Sarlo
La política argentina siempre está al borde de la anomalía, que no afecta únicamente los actos de los "otros". El kirchnerismo no es sólo una solitaria exasperación de los rasgos antiinstitucionales del peronismo. El clientelismo no es sólo la versión actual de los caudillismos pasados ni lo practican, en exclusiva, los intendentes justicialistas. Por el contrario, cuando un rasgo tiñe de este modo la escena, todos los que participan en ella son desviados hacia el magnético campo de la anomalía, pese a sus ideologías explícitas y a sus tradiciones.
Eso es, en mi opinión, lo que sucede con el "caso del vicepresidente". Cobos llegó a serlo contrariando a su partido, que lo juzgó responsable de un acto que debía castigarse con la "expulsión de por vida". A Cobos lo siguió un batallón de dirigentes radicales persuadidos de que el radicalismo no ganaría una elección hasta quién sabe cuándo y de que pasarse al Frente para la Victoria era la única forma de seguir en política. Esto los convenció, por lo menos, tanto como el discurso sobre la transversalidad con el que Kirchner decoraba una construcción basada en incorporar dirigentes no justicialistas (vinieran de la UCR o del Partido Socialista) que le permitieran cambiar la correlación de fuerzas que en 2006 no lo favorecía en el PJ.
La transversalidad, a la que contribuyeron no sólo el entonces oscuro Cobos, sino también el ex vicepresidente Carlos Alvarez, que se dedicó a restarle fuerzas a Carrió para ofrendárselas a Kirchner, como si la transversalidad santacruceña fuera una remake de aquella, fuertemente impulsada por ideas, que él, Bordón y Storani anunciaron en la Confitería del Molino en 1994. Por el contrario, como lo probaba la figura gerencial, apagada y poco carismática de Cobos, la transversalidad del Frente para la Victoria era más instrumental que ideológica, aunque en su costado de centroizquierda conservara todavía las ilusiones de un Kirchner renovador progresista.
Estuve en el acto del corsódromo de Gauleguaychú, en el invierno de 2006, cuando Cobos, ante la mirada gélida de Kirchner, pronunció su primer discurso antes de ser lanzado como integrante de la fórmula presidencial. En ese momento, Cobos no inspiraba nada a nadie, excepto al entonces presidente Kirchner, que sabía que el mendocino no llegaría sólo al Frente para la Victoria, sino ofreciendo con su pase una porción de radicales y, sobre todo, descalabrando a un partido que atravesaba serias dificultades; tantas que culminaron en la candidatura presidencial de Roberto Lavagna. Eran momentos en que Kirchner estaba deshaciendo a su antojo todo el viejo sistema político argentino, para bien o para mal.
El pase de Cobos al Frente para la Victoria todavía debe ser explicado. Sus motivos políticos coyunturales a todo el mundo le parecían por entonces muy evidentes, y a muchos, incluso, acertados. Kirchner ganaba todo y los demás perdían sin remedio. En esos años, hoy lejanísimos, la movida de Cobos era tan natural como exitosa. Estaba dentro del orden de las cosas. No innovaba nada, sino que se plegaba con astucia a la innovación que Kirchner parecía representar. En vez de presentar batalla, aceptaba el orden presidencial.
En dos años, las cosas se mostraron muy diferentes. Kirchner se equivocó en el conflicto con el campo y Cobos, un hombre cuyo rasgo más destacado es la prudencia (es un extremista de la prudencia), votó en contra de la resolución 125 como reclamaba casi todo el mundo, viendo a un gobierno encerrado en la trampa que se había construido para sí mismo. En esa madrugada, se creyó asistir al nacimiento de una nueva estrella en el desnutrido planetario político local.
Sin embargo, aunque estos sean los acontecimientos vistos desde su costado externo, hay algo profundamente insatisfactorio en el segundo capítulo de esta historia, en cuyo transcurso Cobos emprende el regreso a la casa radical. El vicepresidente no ha hecho un balance conocido de lo actuado en el primer capítulo. Vuelve al hogar sin pronunciar juicio sobre su escapada al kirchnerismo. Y los radicales parecen dispuestos a recibirlo sin revisar las cuentas. Una sola noche, la de la 125, y una montaña de encuestas de opinión pública son más fuertes que la decisión política (equivocada en opinión de muchos) de hacerse kirchnerista. Sin duda, las dificultades están por delante porque algunos radicales, como Gerardo Morales, no aceptan que el blanqueo de Cobos se convierta en su apoteosis. Estos dirigentes jugaron solos durante muchos meses y no quieren ser tan solícitos con el hijo pródigo.
Los políticos que no revisan su pasado corren el riesgo de repetirlo bajo formas diferentes. Una clara y larga revisión de lo hecho por Cobos debería incluir no sólo la confianza, infundada, en la capacidad de Kirchner para construir un espacio político plural; debería también incorporar el error de cálculo, que es uno de los errores que pueden conducir a consecuencias fatales. Un político impulsivo tiende a equivocarse, porque sus cálculos son más sucintos y precipitados. Cuando un político somero y frío como Cobos se equivoca, pone en escena la debilidad de sus criterios de juicio. Y conste que, para dejar despejado el terreno, ni siquiera hablo de valores o principios. Del ex vicepresidente Carlos Alvarez conocemos su silenciosa inclusión en el espacio kirchnerista, pero también conocemos sus opiniones y sus análisis sobre lo que estuvo mal y lo que estuvo bien en los años de construcción del Frepaso y la Alianza. De Cobos no sabemos nada, excepto que, silenciosamente, comunica que estuvo bien entonces, en la cabalgata inaugurada en el corsódromo de Gualeguaychú, y ahora, en la cena radical de San Nicolás.
Del lado de los dirigentes radicales, tampoco las cosas se ordenan según las líneas que permitirían una política más clara. En un reportaje aparecido en Perfil hace pocos días, el presidente de la UCR, Ernesto Sanz, dijo textualmente: "No sólo [Cobos] no tiene que renunciar, tiene que votar, porque es un senador más a la hora del desempate. La sociedad el 28 de junio votó por estas cosas. Entonces, es como si hubiera votado un supra senador de la oposición. Y este es un valor que la oposición no tiene que regalárselo al oficialismo". ¿"Suprasenador"?
La cita es asombrosa, y, afortunadamente, los radicales tienen en sus filas juristas como Ricardo Gil Lavedra, que poseen el saber necesario para desentrañarla. Sólo me animo a señalar que no existe en la Argentina una figura constitucional llamada "suprasenador" y que, responsablemente, tal neologismo no debe usarse siquiera como término de una comparación. Ya son suficientes los engendros institucionales con los que se gobierna, como para que el jefe de la oposición les agregue sus ocurrencias. No existen los "suprasenadores", del mismo modo que no deberían existir los "supraexpresidentes".
Por otra parte, dentro de las variadas interpretaciones del voto del 28 de junio, la de atribuirle valor constituyente es inverosímil. La gente votó lo que votó, pero jamás podría haber votado que el vicepresidente de la República se convirtiera en "suprasenador" de la oposición. La frase es de un populismo profundo: se pliega a los supuestos "deseos de la gente" como si todos los deseos fueran legítimos por el sólo hecho de que una mayoría o una minoría los experimentara.
Las contorsiones a que obliga el doble cuerpo de Cobos (uno en la vicepresidencia y otro en la oposición) no mejoran la política actual. Cobos afirmó recientemente que tiene "libertad de pensamiento, opinión y decisión". En efecto, puede ejercer esas tres libertades, pero el ejercicio de la tercera lo obligaría a renunciar a la condición vicepresidencial que lo colocó en un escenario al que no habría llegado tan rápido por sus propios medios. No digo que no hubiera llegado por sus propios méritos, porque, en verdad, se lo conoce todavía bastante poco.
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