Liberen la acción política de cualquier forma de paranoia unitaria y totalizante.
Hagan crecer la acción, el pensamiento y los deseos por proliferación, yuxtaposición y disyunción, más que por subdivisión y jerarquización piramidal.
Suelten las amarras de las viejas categorías de lo negativo (la ley, el límite, la castración, la falta, la carencia) que el pensamiento occidental ha sacralizado durante tanto tiempo en tanto que formas de poder y modos de acceso a la realidad. Prefieran lo que es positivo y múltiple, la diferencia a la uniformidad, los grupos a las unidades, las articulaciones móviles a los sistemas. Consideren que lo que es productivo no es sedentario, sino nómada.
No piensen que hay que estar triste para ser militante, incluso si lo que se combate es abominable. Lo que posee una fuerza revolucionaria es el vínculo del deseo con la realidad (y no su fuga en las formas de representación).
No se sirvan del pensamiento para proporcionar a una práctica política un valor de verdad ni se sirvan de ella para desacreditar un pensamiento, como si éste no fuese más que pura especulación. Sírvanse de la práctica política como de un catalizador de pensamiento y de análisis, como de un multiplicador de las formas y de los espacios de intervención de la acción política.
No exijan de la política que restablezca los derechos del individuo tal y como la filosofía lo ha definido: el individuo es el producto del poder, lo que hay que hacer es desindividualizar mediante la multiplicación y el desplazamiento de los diversos dispositivos. El grupo no debe ser el vínculo orgánico que una a individuos jerarquizados, sino un constante creador de desindividualización.
No se enamoren del poder.
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